Figuras inolvidables en la danza de México. Testimonios y fuentes documentales 1900-1939

Abstract

Mi campo de interés como investigadora ha sido dar a conocer estudios sobre un periodo histórico del arte escénico coreográfico anterior al conocido oficialmente como el inicio de la danza moderna en México. Con esta finalidad, continué trabajando sobre documentos ya compilados, y aumenté la búsqueda de los mismos en Nueva York, San Francisco, La Habana, Guayaquil, Quito y la Ciudad de México. En Figuras inolvidables me propuse cubrir semblanzas de algunas de sus protagonistas, así como de personajes de otros géneros dancísticos, indagando en nuevas fuentes, estudios e investigaciones de una época que atestiguó el desarrollo de la danza durante las primeras cuatro décadas del siglo XX. Lo que emerge al estudiar estas páginas es una colección de opiniones sobre la danza que indica cierta coherencia, no sólo con las preocupaciones de su tiempo, sino también con las discusiones estéticas que siguen retumbando hoy en el mundo de la danza. Claro está, ninguno de los cronistas era lo que actualmente consideramos como un crítico de danza. La mayoría de ellos escribían sobre música, teatro u ópera. Algunas de estas voces aparecían fugazmente, como la de María Luisa Ross (1880-1945), una de las pocas mujeres de entonces que escribían sobre danza, con uno o dos artículos. Otros, como el crítico de teatro Roberto Núñez y Domínguez (1893-1970), quien firmaba sus reseñas con el seudónimo de Roberto el Diablo en Revista de Revistas, dejaron testimonios mucho más extensos. Lo mismo pasó con los periódicos que publicaron sus obras: mientras unos informaban escasamente a sus lectores acerca de una que otra función de danza, dicho arte era una presencia constante en las páginas de diarios como El Universal y Excélsior (ambos fundados en 1916), y en la revista semanal Hoy (que vio la luz en 1937). Ya sea que hayan escrito sobre la danza sólo una vez o de forma constante, los cronistas aquí representados no eran receptores pasivos de lo que veían en los teatros de la Ciudad de México, Mérida o San Luis Potosí. Demostraban su fascinación por las artistas, casi todas extranjeras, que encontraron en los escenarios de su país manifestando un afán consistente y constante por establecer algo propio, no sólo para el gozo de un público nacional, sino como parte del arte universal.